Contra la gabilondización de la crisis

Cuatro, Prisa y el documental "Construcción. Se acabó la fiesta”.

Reconozco que cuando decido anestesiarme y lobotomizarme viendo la televisión, muchas veces, entre lote de anuncios y lote de anuncios, encuentro más calidad y frescura en los programas de Cuatro que en la oferta de las cadenas de la competencia. De entre todas las cajas tontas, a menudo Cuatro me parecía la menos tonta, si bien me he cuidado siempre de evitar -por higiene mental, fundamentalmente- sus programas más tendenciosos. Lo cierto es que prefería entretenerme con House –aunque como buen hipocondríaco la serie acabó por darme mal rollo-, The Closer, Callejeros y hasta su Noche Hache –pasándola por el tamiz de su parcialidad política- antes que castigarme con las siempre predecibles series en las que Emilio Aragón-Globomedia (y ahora también La Sexta) exprime todos los recursos y tópicos de las series norteamericanas más memas, lo cual es incluso preferible a la zafiedad de los realities casposos del Imperio La Trinca-Sardá-Gestmusic que ahora son el sello de identidad, tomando el relevo a las Mama Chicho, de la cadena del telecirco. Por cierto, ambas productoras también tienen una pequeña presencia en Cuatro para aportar a la cadena su granito de arena –o de estiércol televisivo, para hablar con más propiedad-.

En la madrugada del sábado 16 de agosto, el canal de televisión Cuatro del Grupo Prisa emite el documental “Construcción. Se acabó la fiesta”, que creo recordar que ya emitió en otra ocasión.

En el documental pasaron por alto algunos detalles importantes:

- Si hubo fiesta, no fue inmobiliaria.

- Si se celebró alguna fiesta en el sector inmobiliario, fue una fiesta VIP organizada por la banca para las grandes inmobiliarias a la que la el resto del sector no estábamos invitados.

- Mientras los ciudadanos celebramos el velatorio de una economía en crisis, los consejeros de la banca y las grandes inmobiliarias, sobradamente blindados, se pueden permitir seguir con su fiesta.

- Continúa la orgía de poder y beneficios de las grandes corporaciones de sectores que no son precisamente el de la construcción: energía, telecomunicaciones, farmacéuticas, distribución alimentaria, armamentísticas, etc., sin olvidar imperios mediáticos como el Grupo Prisa responsable de la emisión del documental.

Si hubo fiesta, fue "bancaria".

El título del documental “Construcción. Se acabó la fiesta” es bastante desafortunado y no creo que sea por desacierto de sus autores sino por su interés propagandístico para manipular a una audiencia aturdida y desconcertada por una crisis que hasta hace bien poco se nos ha venido negando desde el gobierno del color que más ha apoyado al Grupo Prisa.

Si en los años de crecimiento económico hubo alguna fiesta, la verdadera fiesta fue bancaria. Quienes nos hemos molestado en informarnos sobre la crisis más allá de donde nos quieren contar las televisiones, sabemos que el origen y la naturaleza de la crisis no hay que buscarla en la construcción, sino en la voracidad de la banca.

El autor de la mejor explicación de la crisis subprime, el profesor Leopoldo Abadía Sr., en su artículo “La crisis ninja”, advierte que “el Crack del 29, comparado con la actual crisis financiera, es un juego de niñas en el patio de recreo de un convento de monjas”.

La banca para aumentar sus beneficios utilizó recursos y artificios tan imaginativos como peligrosos porque constituían una grave amenaza no sólo para la propia banca, que ahora tiene que afrontar una seria falta de liquidez, sino para todos los sectores de la economía en general. La amenaza ya se ha cumplido desde el momento en que la falta de liquidez de la banca se ha traducido en un tijeretazo a todas las operaciones de financiación a las empresas y a las familias.

Qué duda cabe que el sector más perjudicado por el tijeretazo bancario es el inmobiliario, ya que la banca no sólo se niega a financiar o sencillamente a renovar la financiación a los promotores, sino que incluso les sabotea cualquier posibilidad de recuperar liquidez mediante la venta de sus productos –las viviendas- al oponer todas las dificultades y resistencias posibles a las familias para la obtención de préstamos hipotecarios con los que financiar la adquisición de una vivienda.

Desinformar quedándose con la anécdota.

El documental de Cuatro pretende que la audiencia identifique el sector de la construcción con la imagen anecdótica de casos como el de El Pocero, que es el caso que se presenta en el documental como un referente de la naturaleza, las prácticas y la trayectoria del sector.

Quienes conocemos desde dentro el sector inmobiliario sabemos que los casos como el de El Pocero no son representativos del sector, porque no constituyen en absoluto los casos más habituales, sino sólo los anecdóticos, los que más llaman la atención por ser en sí mismos escandalosos. En Murcia todos tenemos en mente media docena de casos similares, pero frente a estos casos de portada de prensa existe la realidad de miles de pequeños y medianos promotores inmobiliarios para los que, si ha habido fiesta, a ellos no les han invitado.

Sí que es cierto que en estos últimos años han sido de fiesta de crecimiento y beneficios disparatados para las grandes empresas de la construcción, participadas en muchos casos por grandes capitales procedentes de otros sectores, incluida la banca. Pero para miles de pequeños y medianos promotores no hubo ninguna fiesta, sino sencillamente prosperidad y desarrollo, objetivos que deberían ser tan legítimos en este sector como en cualquier otro.

Es un despropósito llamar fiesta a la prosperidad de la que se pudieron beneficiar no sólo miles de pequeños y medianos promotores inmobiliarios, sino también miles de empresas y profesionales autónomos pertenecientes o no al sector que pudieron beneficiarse de manera más o menos directa de la buena marcha de la construcción, además de todos los trabajadores que se pudieron emplear en los muchos puestos de trabajo generados por esta bonanza y que ahora hacen cola en la oficina de empleo. De esta bonanza también se beneficiaron directamente otros sectores que ahora maldicen el sector, desde la banca hasta la administración pública, porque la administración central y las administraciones locales recaudaron más que nunca y la tesorería de la seguridad social recuperó su salud y hasta engordó.

Si a la prosperidad la llaman fiesta, creo que todos preferimos vivir en fiesta que malvivir en el velatorio de una economía en crisis.

De fiestas, orgías y vacanales.

Hubo fiesta para las grandes empresas de la construcción, participadas en muchos casos por grandes capitales procedentes de otros sectores, incluida la banca que ahora no tiene escrúpulos para negarle la financiación a los mismos pequeños y medianos promotores a quienes antes perseguía en busca de negocio.

La fiesta continúa para los consejeros de los bancos y cajas de ahorros que propiciaron la crisis y para los consejeros de las grandes inmobiliarias que aprovecharon la coyuntura para disparar su facturación y beneficios.

Aunque la banca esté acusando ahora la falta de liquidez y aunque estamos asistiendo a la caída de algunas de las grandes inmobiliarias, no se nos escapa que tanto los consejeros de la banca que propició esta crisis como los consejeros de esas grandes inmobiliarias se pueden permitir seguir de fiesta, aunque para que no se descubra su desvergüenza ahora les tocará ser más discretos, cerrar las cortinas y bajar la música.

Aquí las únicas víctimas son los antiguos trabajadores de las inmobiliarias caídas que ahora hacen cola en la oficina de empleo, las familias que les entregaron sus ahorros y ahora no tienen ni vivienda ni ahorros, el resto de los acreedores y hasta los pequeños accionistas. Los protagonistas de la borrachera de crecimiento y beneficios desemedidos ya se blindaron bien para los tiempos de resaca.

Mientras que la crisis financiera acabó con la "fiesta" de la construcción, la fiesta con la que la crisis no va a acabar es con la orgía de poder y beneficios de las grandes corporaciones: energía, telecomunicaciones, farmacéuticas, distribución alimentaria, armamentísticas, etc., sin olvidar imperios mediáticos como el Grupo Prisa.

Simplificaciones tendenciosas.

El documental apunta a la simplificación:

Construcción = especulación, pelotazo, malas prácticas.

Si utilizáramos el mismo criterio de simplificación, tendríamos que dar por buenas las siguientes simplificaciones:

PSOE = crisis vs. PP = prosperidad.

Solbes = Crisis, en 1992 y en el 2008.

PP = viviendas caras, pero accesibles para muchos vs. PSOE = viviendas depreciadas, pero inaccesibles para todos.

Afortunadamente, la mayoría de los ciudadanos no nos conformamos con lo aparente y sabemos que la realidad es mucho más compleja que todo eso. No se nos escapa que ningún partido político se atrevió en su día a alzar la voz para denunciar las peligrosas maniobras de la banca, seguramente porque todos los partidos políticos están cautivos por su propia deuda con la banca, y que ningún partido político tiene una fórmula mágica para resolver la crisis.

No obstante, ello no significa que los ciudadanos nos tengamos que resignar y callar cuando asistimos a que la gestión de la crisis por parte de nuestro gobierno dista mucho de ser eficaz.

Intoxicación propagandística para distraernos de la parálisis e ineficacia del gobierno.

Culpar de la crisis al sector inmobiliario y decir que el sector ha estado de fiesta en los años de prosperidad, constituye una falacia en la misma línea propagandística alimentada por el gobierno del color que más ha favorecido al Grupo Prisa.

Muy lamentablemente para los ciudadanos, nuestro gobierno se equivoca una y otra vez en la gestión de la crisis y de poco le va a servir toda su propaganda cuando ya afrontamos la cruda verdad de las hipotecas, las colas del paro y la caída del consumo.

Desde el gobierno, primero intentaron esconder la gravedad de la crisis tras el juego de palabras “desaceleración económica”. Creo que ya tenemos claro que si nuestro presidente nos tuviera que anunciar una tragedia nuclear como la de Chernobil nos diria algo así como “ha ocurrido un accidente puntual y localizado, pero en estos momentos nos conviene mantener la serenidad y no caer en alarmismos porque yo les garantizo que este gobierno está trabajando para que muy pronto la situación pueda volver a la más absoluta normalidad”. Si en Estados Unidos un presidente válido no consiguió recuperar la confianza de la ciudadanía después de haberles mentido al negar su affair con la rolliza becaria, no sé cómo deberíamos tomarnos aquí esta irresponsable negación por parte de nuestro presidente de una realidad tan obvia –y que va a afectar tan duramente a nuestras economías-.

En su defensa dijo que había que que dar un mensaje optimista a los agentes económicos porque nadie se querría subir a un barco gobernado por un pesimista, pero, señor presidente, yo prefiero los riesgos de quedarme en tierra antes que embarcar en una nave condenada a la deriva por las mentiras o el optimismo irresponsable de su capitán.

Después parecía que lo más importante no era gestionar la crisis para que hiciera el menor daño posible sino desvincularse de sus causas. Todos los mensajes buscaban poner énfasis en su alcance internacional –ya lo dice la sabiduría popular: “mal de muchos, consuelo de tontos”- e identificar a los culpables fuera de nuestras fronteras en las hipotecas subprime, la crisis energética, la crisis alimentaria, etc. Como si a los ciudadanos nos importara más el análisis que la solución. No creo que a mi banco, cuando al final me toque retrasarme en el pago de la hipoteca, me acepte la excusa de la crisis energética y sospecho que lo de las hipotecas subprime mejor que me lo calle.

Más tarde, nuestro Ministro de Economía –y recuerdo muy bien las declaraciones del Señor Solbes, por la insultante indolencia que demostraba apoltronado en su sillón- justificaba su pasividad asegurándonos que no era recomendable que el gobierno interviniera porque los propios mecanismos de mercado se ocuparían de ajustar la situación. Parece que importa poco si el mercado para hacer su ajuste necesita llevarse por delante a la economía de millones de españoles, cuando el mismo ajuste se podría suavizar con un plan de choque eficaz que al menos nos hiciera la crisis más llevadera a los millones de españoles que ya la sufrimos.

Luego vino la asunción de la crisis y la complicidad de los sindicatos con el gobierno para asegurar que la crisis era culpa de un modelo económico equivocado en el que el crecimiento se había basado en el sector de la construcción, pero que el sector industrial, debidamente apoyado, tomaría el relevo de la construcción y absorbería a los desempleados de la construcción. Esto, a día de hoy, y con los datos que tenemos -en junio la industria ya demostró su fracaso como nuevo motor de la economía al desplomarse un 9%-, sería un chiste, si no fuera porque los únicos que se ríen son los políticos y los dirigentes sindicales mientras que para la mayoría de los ciudadanos su chiste es nuestro drama.

Finalmente, tenemos las cortas medias recogidas en los planes del gobierno para afrontar la misma crisis que hasta hace poco nos negaban. Medidas inútiles, ineficaces, insuficientes y que no resuelven nada en el corto plazo. Así han calificado las medidas el gobierno del PSOE todos los partidos del resto del espectro político.

La reacción del gobierno para afrontar la crisis es como para que el ciudadano se preocupe y hasta se alarme: a la negación del problema le sigue la apatía y la pasividad y luego la torpeza y la ineficacia.

No pido un cambio de gobierno, no sea que vayamos a complicar aún más las cosas, al fin y al cabo la crisis preocupa igual de poco a las familias Solbes, Pizarro, Montilla, Chaves, Carod o Llamazares. Sólo exijo a los políticos de todo el espectro ideológico que por una vez se ganen el sueldo y cambien el electoralismo por el sentido de la responsabilidad porque con un poco de consenso y un mucho de sentido común pueden suavizar y hacernos más llevadera esta crisis y devolvernos mucho antes a la recuperación económica.

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